miércoles, 3 de junio de 2009
- Me duele aquí.
La profesora, más nerviosa que el propio niño, se puso a revisar diligentemente su mano desde todas las perspectivas. Buscaba arañazos, cardenales, heridas, magulladuras... algo. Después de la tercera vuelta, se acuclilló y se encaró con el pequeño y sus tres años.
- ¿Seguro que te duele?
Pablo asintió con la cabeza muy fuerte, como escupiendo un veneno, con la seguridad en las cosas que sólo se tiene cuando se es un crío.
- Está bien, vamos al médico, entonces.
Intentó coger su mano pero el niño la apartó bruscamente y le ofreció la otra. Nadie sabe del calibre del daño que cabe en las manos de cartulina de un niño. Con la mirada perdida sintió arder su palma vacía de copo de nieve. Su daño era un daño antiguo, un vacío de dentro. Pero no sabía concluir motivos en las heridas, eso se aprende luego, y tal vez no entendió que le dolía la mano donde hacía apenas unos minutos había estado la mano invencible de su padre. Le dolía el vértigo y el lugar de la huída.
Pablo bajó la cabeza y, protegiendo sus dedos bajo la camisa, se resignó a su primer día de colegio...
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